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Foto del escritorKarla Vanessa Alfaro

¿Soy un ecosistema?



“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”


Escribe Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote. Nuestra “circunstancia” biológica más inmediata es nuestra microbiota.


Nuestro cuerpo cuenta con una diversidad de microorganismos como bacterias, virus y hongos que interactúan con los tejidos sanos de forma permanente, por lo que muchos de ellos ejercen funciones específicas. Anteriormente, para referirse a estos microorganismos se empleaba el término “Flora” haciendo alusión al nombre de la diosa latina de las flores y los jardines, por lo cual este término debe de abandonarse, debido a que hace referencia a las plantas y los microorganismos pertenecen a otros grupos por lo que el término apropiado es microbiota.

Conocer el número de microorganismos que alberga nuestro cuerpo ha sido un tema de debate. Estudios recientes determinan que en una persona saludable, las células microbianas superan en número a las células del cuerpo en una proporción de diez a uno (10:1). De forma general, podemos decir que nuestra piel (1,8 m2 de superficie), el tracto gastrointestinal (300-400 m2), el sistema respiratorio (160 m2), la cavidad oral (215 cm2), y las cavidades vaginal y urinaria (90 cm2) pueden estar colonizadas por hasta 5.000 especies microbianas en una persona adulta.



Desde el nacimiento existe una relación simbiótica entre la microbiota y nuestras células que evoluciona en el tiempo, adaptándose a los cambios. Por su enorme capacidad metabólica, se ha considerado a la microbiota como un “órgano” imprescindible para la vida y con influencia en la salud y la enfermedad. Su composición presenta particularidades y características propias de cada individuo, pudiendo variar en función de la base genética, la dieta, y la interacción con el medio ambiente.

María Marples en 1964 propuso la teoría ecológica, haciendo una analogía entre las densas poblaciones de microorganismos que se encuentran alrededor de las raíces (rizosfera) y el folículo piloso en la piel, determinando así la necesidad de contar con información válida sobre nuestra microbiota.

El estudio de este ecosistema es un campo de rápido avance científico, aceptando universalmente que para alcanzar un estado de salud adecuado es preciso tener también una microbiota “sana”. Continuamente estamos expuestos a factores que pueden influenciarla, pero ella tiene una gran capacidad de resiliencia (capacidad de adaptación frente a un agente perturbador o una situación adversa, con posterior recuperación del estado inicial cuando cesa la perturbación), recuperando inmediatamente su estado natural, que se denomina con el término eubiosis.

A continuación se detallan las particularidades de los principales ecosistemas microbianos que albergamos en nuestro cuerpo.


Microbiota intestinal

Clásicamente se ha considerado que la colonización microbiana del tracto gastrointestinal comenzaba inmediatamente tras el nacimiento, pero en los últimos años se ha demostrado que se inicia intraútero. En las primeras deposiciones del recién nacido, el meconio, se pueden detectar bacterias aunque en muy baja concentración, siendo en las deposiciones posteriores donde se observa un aumento en la biodiversidad y en la cantidad de microorganismos. Cuando la microbiota intestinal alcanza su estado de madurez su composición puede permanecer estable durante toda la vida adulta, aunque hay numerosos factores que pueden alterarla, siendo los más importantes la dieta y la ingesta de antibióticos.

Las principales funciones de la microbiota intestinal son prevenir la colonización por otros microorganismos patógenos, ayudar a digerir los alimentos, producir vitaminas B y K que el organismo humano no es capaz de sintetizar y estimular al sistema inmune.

Recientemente se ha descrito la existencia del eje cerebro-intestino que conecta el sistema nervioso central con la microbiota intestinal a través del nervio vago, el sistema parasimpático, los metabolitos bacterianos que pueden tener acciones como neurotransmisores y el sistema endocrino asociado al tracto digestivo.


Microbiota urinaria y vaginal

En condiciones normales, la microbiota del tracto urinario está formada por un rango muy amplio de 20 a 500 especies bacterianas. La cavidad vaginal puede estar colonizada por más de 280 especies de bacterias. En particular, la vagina, como todas las mucosas y epitelios expuestos al exterior, alberga una microbiota propia que la protege frente a la colonización por microorganismos indeseables.

La microbiota vaginal va evolucionando y cambiando a lo largo de la vida de la mujer con la edad y el estado hormonal, existiendo cambios importantes durante el período menstrual, el embarazo y el puerperio o la menopausia. Aunque la colonización de la vagina se inicia con el nacimiento, la microbiota es escasa durante la infancia, y es con la primera menstruación, y gracias al aumento de la humedad vaginal y la secreción de nutrientes, cuando empieza a establecerse una microbiota vaginal definitiva.

El paso por el canal del parto supone una inoculación directa de la microbiota vaginal de la madre al recién nacido. Esta inoculación se ha considerado beneficiosa para el bebé, ya que la instauración de la microbiota del recién nacido es más equilibrada cuando el parto ocurre por vía vaginal que por cesárea.



Microbiota de la leche materna

Durante mucho tiempo se consideró que la leche de todos los mamíferos era un fluido estéril, excepto cuando procedía de una glándula infectada. Estudios en las últimas décadas han revelado que tanto el calostro como la leche humana son una fuente de microorganismos que colonizan y dominan el intestino del lactante. Las primeras descripciones de la diversidad bacteriana en muestras de leche procedentes de mujeres sanas se realizaron con cultivos microbiológicos, demostrando la presencia de bacterias. Estas bacterias constituyen la microbiota endógena de la glándula mamaria durante la lactancia y, por ende, de la leche humana. En los últimos años también se han evidenciado bacterias anaerobias estrictas típicamente asociadas al ecosistema intestinal. Se ha descrito la ruta enteromamaria, que implica a células del sistema inmune (células dendríticas, macrófagos) capaces de seleccionar y vehiculizar determinadas bacterias desde el intestino de la madre hasta la leche, y finalmente al intestino del bebé. Al final de la gestación y durante la lactancia, se ha descrito una elevada tasa de traslocación bacteriana desde el intestino hacia los ganglios linfáticos mesentéricos primero, y a la glándula mamaria después, lo que podría contribuir a enriquecer la microbiota de la leche con bacterias de origen intestinal. En las mujeres lactantes se han evidenciado bacterias circulantes asociadas a células del sistema inmune, tanto en la propia leche como en sangre periférica, además de una gran cantidad de ADN bacteriano libre.



Microbiota de la placenta

La placenta es el órgano que intercambia nutrientes, gases y otras sustancias entre la madre y el feto durante la gestación. La placenta siempre se ha considerado estéril, no obstante estudios demuestran que alberga una microbiota propia, en los últimos años se ha puesto de manifiesto la existencia de una microbiota estable en líquido amniótico, en la sangre de cordón umbilical y en la placenta en mujeres sin episodios de infección o inflamación. Esta microbiota se caracteriza por ser poco abundante pero metabólicamente muy activa.


Microbiota del tracto respiratorio y de la cavidad oral

El pulmón tiene una microbiota funcional y estable. Existe semejanza en composición de la microbiota del tracto respiratorio inferior con la de la vía respiratoria superior, pero con menor densidad y diversidad. Se han descrito hasta 314 especies diferentes.

La microbiota de la cavidad oral es particularmente abundante y diversa. Se han descrito hasta, 600 especies en sujetos sanos. Las principales características de esta microbiota son la formación de biopelículas y su gran biodiversidad con enriquecimiento de bacterias anaerobias. Dentro de la boca existen muchos microambientes condicionados por los factores anatómicos (dientes, encías o cavidades), los factores físicos (fricción con los alimentos o existencia de caries) y los factores químicos (pH o saliva).


Microbiota de la piel

La superficie de la piel constituye un complejo ecosistema que sustenta diferentes nichos ecológicos. A pesar de contar con unas condiciones poco favorables para la proliferación de microorganismos por tener un pH ácido y condiciones de humedad variables, entre otras características, la microbiota de la piel, con una asombrosa capacidad de adaptación, ha evolucionado hasta convertirse en un importante aliado para la supervivencia humana a partir de una compleja selección natural de microorganismos residentes que evitan la colonización de otros agentes patógenos mientras trabajan en equipo con el sistema inmunitario de la piel.

Es importante diferenciar entre la microbiota habitual de la piel, a la que se denomina como microbiota residente, y la microbiota transitoria que podemos adquirir tras la exposición a superficies contaminadas. Las bacterias de la piel a su vez pueden tener un comportamiento comensal o patogénico. Cada cuatro semanas la piel se renueva al completo, eliminando las células más superficiales mediante descamación, y también bacterias de la microbiota residente.

Les adjunto dos artículos muy interesantes e ilustrativos sobre el tema, que contribuyen a fortalecer el tema introducido en esta entrada.


Referencias

Alarcón, T.; D’Auria, G.; Delgado, S.; Del Campo, R.; Ferrer, M. (2016). Microbiota. 59. Procedimientos en Microbiología Clínica. Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC). En https://seimc.org/contenidos/documentoscientificos/procedimientosmicrobiologia/seimc-procedimientomicrobiologia59.pdf

González R. y Bravo, G. (2017). La microbiota del humano. En https://www.revistaciencia.amc.edu.mx/images/revista/68_2/PDF/Microbiotadelhumano.pdf

Patiño, L. y Morales, C. (2013). Microbiota de la piel: el ecosistema cutáneo. En https://revistasocolderma.org/sites/default/files/microbiota_de_la_piel_el_ecosistema_cutaneo.pdf

Puche, C., Guerrero, R. y Berlanga, M. (2013). Yo soy yo… Y mi microbiota. En https://metode.es/revistas-metode/secciones/casa-microbios/yo-soy-yo-y-mi-microbiota.html

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