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Foto del escritorKarla Vanessa Alfaro

Agroecología, Soberanía y Seguridad Alimentaria: Reflexiones necesarias



“De la milpa de mi comadre” Foto: Eva Robles


La pandemia plasma la importancia que como humanidad debemos de asumir un rumbo distinto con respecto a las situaciones que como sociedad estamos enfrentando, las hambrunas, desnutrición, mal nutrición son cada vez mayores y no podemos simplemente volver nuestra mirada hacia otro lugar.

Este 16 de octubre fue el Día Mundial de la Alimentación, establecido por la ONU en 1979. Cada año en octubre los gobiernos se reúnen a buscar salidas a los problemas de la alimentación, comenzando por reconocer cuántos millones más se suman a los números de quienes padecen hambre y malnutrición. “Ya habíamos avanzado en la reducción del hambre los últimos cuatro o cinco años,.. pero el Covid-19 nos arruinó todo el avance en sólo nueve meses”.

Según la FAO (2006) la seguridad alimentaria y nutricional es la garantía de que “todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades y sus preferencias, a fin de llevar una vida activa y sana.”

Por otro lado La soberanía alimentaria “es el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas agrícolas, pastoriles, laborales, de pesca, alimentarias y agrarias que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias exclusivas. Esto incluye el derecho real a la alimentación y a la producción de alimentos, lo que significa que todos los pueblos tienen el derecho de tener alimentos y recursos para la producción de alimentos seguros, nutritivos y culturalmente apropiados, así como la capacidad de mantenerse a sí mismos y a sus sociedades” (Foro de Organizaciones no gubernamentales y de la Sociedad Civil, 2002).

Las hambrunas derivadas de la pandemia no ocurrirán por falta de producción de comida, sino porque cada vez más gente depende de tener un salario para comprar su sustento, y no cesa la pérdida de empleos ante la parálisis de tantas actividades económicas, dijeron los del Comité.

En la década de los setenta Iván Illich se escandalizaba de las mediciones del hambre y la pobreza, siempre hechas en dólares. El hecho de que cada año más gente pobre es contabilizada según los dólares con los que subsiste por día es preocupante, porque cuenta la creciente cantidad de personas que pierden el modo de resolver sus necesidades con autonomía y dignidad, personas a quienes les queda el camino único de obtener dinero para comprar comida y todo lo demás.

Iván Illich explicó eso en una época en que la mayoría de la población no vivía en las ciudades, no había tratados de libre comercio ni oligopolios de la agricultura y la alimentación. La mayoría de la humanidad tenía relación con sus territorios, tenía cierto control sobre su subsistencia. Por eso le preocupaba más el hecho de que de un año al otro aumentaran los millones de personas que (como informa ahora el Banco Mundial) sobreviven con menos de 5.50 dólares por día. Para Illich no eran los dos, tres o cinco dólares y medio lo más preocupante, sino las multitudes abonadas a las cuentas de la pobreza de dinero.

Este año 2020, el Premio Nobel de la Paz se otorgó al Programa Mundial de Alimentos, una de las agencias de Naciones Unidas cuya misión es allegar comida a todos aquellos en zonas de conflicto y desastre. No hay reproche en ayudar, así como no debe detenerse la investigación sobre la pobreza, sus números y sus causas. Pero para Raj Patel, “el Programa Mundial de Alimentos aparece como red de seguridad ahora, en 2020, sólo por el prolongado ataque a la agricultura campesina. Norman Bourlag, ‘padre de la Revolución Verde’, también ganó su premio Nobel en 1970 por atacar la agricultura campesina”.

Norman Bourlag, agrónomo de Iowa (primer lugar en producción de soya, etanol y cerdos de Estados Unidos) ganó el Premio Nobel de la Paz en 1970 por sus semillas híbridas, también conocidas como semillas mejoradas. Bourlag logró cruzar y seleccionar variedades de trigo, maíz y arroz supuestamente para resistir climas extremos y plagas, siempre con la asistencia de máquinas e insumos químicos. Mucha mecanización y mucho veneno. Esto es lo que se conoce como Revolución Verde. Con ello, Bourlag “salvó mil millones de vidas" y ganó el Nobel de la Paz. Su revolución verde evitó revoluciones rojas, como dijeron entonces sus patrocinadores.

La Revolución Verde metió a los campesinos en el cajón de los inexpertos: ya fue posible destruir plagas sin averiguar qué desequilibrios las preceden, burlar los cambios del clima sin importar las alertas que suenan. Sustituir la comunidad por tractores y trilladoras. Volver los suelos adictos a los fertilizantes, romperlos con máquinas para que rindan, ahogarlos. Producir más y más rápido usurpando y destruyendo ciclos vitales de suelos, plantas y animales.

Las semillas híbridas de la Revolución Verde tienen una característica importantísima en la historia del empobrecimiento de los pueblos: se venden. Es sabido que el rendimiento de los híbridos deslumbra la primera generación, pero después decepciona. El ciclo de la vida que es sembrar, cosechar y guardar la semilla más hermosa y potente para volverla a sembrar, cosechar y guardar, se rompe… a menos que se vuelva a pagar por el vigor de las semillas mejoradas.

Después de 70 años, padece hambre y malnutrición el 8.9 % de la población mundial [3], una proporción similar a la de 1979. El avance tecnológico ha logrado sumar más y más personas a la pobreza del dinero. Con el Covid-19, la ONU augura que a las cuentas actuales se sumarán 130 millones de personas más que sufren hambre. Superarán a los que “salvó” la Revolución Verde.

En este Día Mundial de la Alimentación, nuestra admiración y alianza es con los campesinos del mundo, que pese a la guerra prolongada contra su saber y amor por la vida, proveen 70 por ciento de la comida sin violentar la tierra, ni hacerla adicta, ni contaminar el agua, ni talar los bosques, ni envenenar abejas, ni torturar semillas, ni menospreciar esfuerzos, ni obtienen premios Nobel, ni les hacen falta: las y los agroecologistas.

La agroecología surge de los saberes en agro y cultura de pueblos indígenas y campesinos. Estas personas que pertenecen a todos los pueblos viven las terribles consecuencias de la cadena agroindustrial de alimentos, y son quienes deciden producir formas de cultivar, cosechar y compartir sus alimentos desde una profunda comprensión hacia los ciclos ecológicos del planeta. En muchos casos estas prácticas las fomentan las mujeres en sus traspatios para consumo propio, y en otros se busca generar ingresos desde la agricultura familiar.

En Costa Rica, actualmente existen agroecólogas y agroecólogos que diseñan y comparten sus conocimientos y pedagogías desde la práctica cotidiana, nutriendo el bagaje sociocultural de la agroecología. La Red de Mujeres Rurales promueve entre sus integrantes estas prácticas en todo el país. También, existe el Centro Nacional Especializado en Agricultura Orgánica del Instituto Nacional de Aprendizaje, que impulsa entre varios de sus proyectos el de Mujeres Semilla, y la revista La Agroecóloga, por otro lado, como medio de comunicación que visibiliza este tema sobre nuestras mesas.

La agroecología es un movimiento que busca una transformación sistémica desde un ámbito comunitario y solidario que no reproduce formas capitalistas de producción. Al contrario de la revolución verde, -donde en función de una producción masiva se establece la producción de monocultivos modificados genéticamente, con paquetes de agroquímicos especializados con graves pasivos socioambientales-, la agroecología implica una atención a la particularidad de cada geografía, con prácticas ecosistémicas que crean productos utilizando los bienes sin generar una historia negativa en una finca.

La agroecología plantea proteger la autonomía sobre la tierra y sobre todos los bienes comunes en un compartir equilibrado; tales como el agua, los bosques, los microorganismos, los minerales, la biodiversidad, el trabajo de las personas. No es agricultura orgánica.

En este sentido, son las mujeres quienes encabezan la posibilidad de reivindicar la diversidad de la producción de alimentos de los traspatios, contra la lógica homogenizante de los monocultivos. Como mayoría de jefas de hogar en el campo y principales defensoras de territorios y cuidados, ellas son quienes implementan los saberes agroecológicos en sus cotidianidades.

En este proceso es necesario volver la mirada sobre las prácticas campesinas después de casi 70 años de revolución verde y neoliberalismo, y preguntarnos por el papel de las mujeres en la agricultura, donde en muchas ocasiones se abrazan el capitalismo y el patriarcado. Por ejemplo, según datos del censo agropecuario del 2014, las mujeres producen sobre el 15% de la tierra en Costa Rica.

Este porcentaje revela que estamos inmersas en relaciones de género desiguales y que en el campo como en organizaciones donde participan hombres y mujeres que defienden territorios. También es necesario problematizar, por ejemplo, por qué las herencias de parcelas y fincas casi nunca contemplaron el traspaso generacional a las mujeres, sino que le heredaron la tierra a los hombres.

Trabajar las relaciones de género en los procesos de formación agroecológica es afinar también la mirada y desmitificar preconcepciones patriarcales y machistas impregnadas en la cotidianidad del trabajo de la tierra, para visibilizar el papel fundamental de las mujeres en las redes de alimentación campesina. Si el agua es comunitaria, la alimentación también; las mujeres debemos tener un lugar más justo en esa red comunitaria.

A través de la educación podemos lograr las transformaciones necesarias para que esto sea posible.

Referencias

Chacón, K. 2020. ¿Qué es importante considerar sobre seguridad alimentaria, a la luz del COVID-19? En https://estadonacion.or.cr/que-es-importante-considerar-sobre-seguridad-alimentaria-a-la-luz-del-covid-19/

ONU. 1979. Estado de la Agricultura y la Alimentación. En http://www.fao.org/3/ap659s/ap659s.pdf

Organización para la Agricultura y la Alimentación. 2020. “Con el aumento del hambre y la persistencia de la malnutrición, el logro del hambre cero para ‎‎2030 es dudoso, advierte un informe de las Naciones Unidas” en https://www.who.int/es/news/item/13-07-2020-as-more-go-hungry-and-malnutrition-persists-achieving-zero-hunger-by-2030-in-doubt-un-report-warns

Pomareda, F. 2019. Costa Rica y la agroecología: una práctica cotidiana por la autonomía. Revista Biodiversidad N°101. Alianza Biodiversidad.

Torres, C.; Méndez, Z. 2019. Relaciones de género, agroecología y soberanía alimentaria. En https://semanariouniversidad.com/opinion/relaciones-de-genero-agroecologia-y-soberania-alimentaria/

Villa, V. 2020. A propósito del día mundial de la alimentación. En http://www.biodiversidadla.org/Recomendamos/A-proposito-del-dia-mundial-de-la-alimentacion

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